sábado, 23 de noviembre de 2013

Sanatorio

Este no es un lugar común, la gente entra con miedo y sale con alivio. Hay ruidos que recorren desde la primera a la última planta, y miradas que te persiguen a lo largo de los pasillos.
Aquí las bandejas de comida son de cartón, Los camareros que las sirven son auxiliares con uniforme blanco, y los comensales deben comer con las manos para no lastimarse accidentalmente con los cubiertos.
Este es un lugar donde no están todos los que son, donde un momento de silencio no significa paz en el ambiente.

En muchas ocasiones, los internados de este lugar gritan sin motivo aparente, añadiendo a la pulcra e inmaculada higiene del lugar una imagen más tétrica si cabe.
Los improvisados camareros, aquellos que sirven las bandejas de cartón, se equivocan de forma inequívoca dando cubiertos a los comensales que más gritan o molestan.


Dichos comensales terminan muriendo al lastimarse accidentalmente con los cubiertos. ¿Por qué sé que eso pasa? Porque me acaban de traer cubiertos con la bandeja de cartón.


Encerrado

Dueña de mi cuerpo, mente y alma. Eres el tierno aroma que inunda una habitación bien perfumada. El azul del cielo que aparece tras la tormenta. La risa que rompe el silencio de la seriedad.
Eres mi ángel salvador y mi diabla tentadora. Eres el amor que se me escapa noche a noche por cada ventana. Una distracción eterna que se cuela en mis oraciones. Una escapada necesaria para descansar de este castigo hecho monasterio.

Deseo verte y sentirte para que llenes de color mi mundo gris. Para que llenes de detalle cada sonrisa que me otorgas. Para satisfacer nuestro anhelo de dejar de anhelarnos. 
Deseo desmontar las fíbulas de los ropajes que esconden tu irresistible y pecaminoso cuerpo. Los minutos sin tí se hacen horas. Veo tu rostro en los camafeos de mis compañeros. Aunque ver tu cara no es suficiente, pues el no escuchar tu angelical voz es como dejar sin badajo a la campana de nuestro monasterio, el cual me encierra y me castiga alejándome de tí.

Belcebú se apoderó de mi fe, y me incitó a la lujuria como incitó la serpiente a Eva para que mordiese la manzana. Pero ahora soy yo, el hombre, el que cae en la tentación, y tú eres la manzana, querida mía. Tan carnosa y jugosa, fruta prohibida que saciaría mis más bajos instintos.
Tu sexo es una perla, y la moral que nos impide amarnos es la gran y pesada almeja que se cierra cuando nuestras pasiones intentan ser una. No dejo de mirar hacia arriba implorando perdón, y tengo miedo de mirar hacia abajo porque sé que ese será mi destino.
Acabaré profundo, mucho más que el suelo que ahora piso. Y aquel que logró tentarme para que te deseara, recibirá un nuevo huésped para arder en las llamas de su abrasador hogar.  
Si he de morir por amarte, si he de quemarme en el infierno por arder en deseo por tí, moriré y me carbonizaré por el resto de la eternidad. Pero nadie, querida mía, nadie, nos podrá arrebatar el placer de haber juntado nuestros cuerpos en el tierno abrazo del amor. Un amor que no se nos fue concedido por equivocarnos de vida, por no elegir bien el canal que llevaran a nuestras aguas a encontrarse.

Por mí no lo siento, amor mío. Lo siento por tí. Toda la espera y el sufrimiento pasado me han herido de forma merecida, y te han lastimado de manera injusta.
Quizás no seas pura a ojos de la Iglesia y sus decrépitos gobernantes. Pero yo sé, amada mía, y Dios también, que tú eres más pura de corazón que cualquier integrante de este cinismo eclesiástico.


Por eso tú tendrás tu lugar en el paraíso, y yo, y todos los que aquí estamos encerrados, conoceremos con antelación nuestro devenir en este recinto levantado en nombre de Dios, y gestionado en honor a la sinrazón y maldad del hombre.