El mejor sentido de todos es aquel que te alegra el día. El que te saca una sonrisa aunque tu no quieras. Aquel que te hace ver los mofletes hinchados de los demás y oír sus carcajadas.
El mejor sentido de todos es el menos necesario. Aquel que no tiene todo el mundo. Ese sentido que no tiene límite, y del cual no todo el mundo está de acuerdo.
El mejor sentido de todos disfraza la tristeza para soportar la angustia. Es un espacio entre lo prudente y lo alocado. Es tan volátil como el aire, y tan real como el pasar de los años.
El mejor de los sentidos se queda obsoleto. Se renueva y regresa a lo antiguo constantemente. No entiende de leyes físicas, ni condiciona al ser humano a umbrales infranqueables.
Solicita el amparo de jóvenes y viejos, hombres y mujeres, distraídos y despiertos, tímidos y desvergonzados. El fruto de su aplicación es un gesto universal humano.
No hay palabras, ni siquiera interpretaciones, solo ese gesto. Un gesto que llena fotografías, que busca el rostro de un ser querido. Un gesto que lo dice todo sin decir nada, que enamora a jóvenes caprichosos. Un gesto que caracteriza al mejor sentido de todos.
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