lunes, 5 de agosto de 2013

Historia de un vagabundo III

Es una noche oscura, solo la luna ofrece alivio a los ojos diurnos de nuestro vagabundo. Tanteando constantemente su paseo, nuestro vagabundo indaga las entrañas de la ciudad. Asfalto, aceras, edificios, callejuelas, un laberinto de hormigón, cemento y alquitrán que perturbaría la orientación de cualquiera.
A este lúgubre paisaje se le une el frío de un otoño próximo al invierno. El vagabundo tirita mientras trota el camino hasta su próxima cama, la cual siempre es nueva y desconocida.


Nuestro querido viajante encuentra asilo en un edificio abandonado. Seguidamente se tumba en lo más profundo del edificio para que el frío no cale en su maltrecho esqueleto. Oye pasos próximos e irregulares; cada vez más cerca, cada vez más fuertes. Nuestro vagabundo se levanta alerta y asustado pero, solo es un compañero de oficio. Y debido a la camaradería que solo las situaciones precarias son capaces de dar, el desconocido obsequia con una manta a nuestro hipotérmico vagabundo.

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